Como amaneceres en un lago, teñido el cielo de ocre y esperanza, con nubes delgadÃsimas como el vuelo de una mariposa, con llantos de estrellas apagadas… Asà debe sonar la música en el alma. Como muñecos a los que se les acaba la cuerda y reposan silenciosos al fondo del armario, tras un muro de quejidos infantiles. Asà la música. Como princesas acarameladas, vestidas con trajes de luna, que sonrÃen al reflejo de sus pálidos rostros. Boca abierta. Ojos cerrados. Corazón humilde. Asà la música. Asà se debe escuchar. Como vagabundos que esperan nuestra limosna en los frÃos pórticos del románico de las iglesias. Música de cámara. Canto gregoriano. Voces unidas como unidos los hombres para entonar un solo himno, el de la libertad. Como rugidos que rompen los relámpagos en noches de tormenta infernal. Alguna niña en su cama parece que llora. Tiembla de angustia en cada trueno. Y otro… y otro… Pero es la música de su madre la que calma sus lágrimas gordas. Todo queda atrás. Todo muere con el sol, al dÃa siguiente… Los timbales del cielo; eso son los truenos. Timbales y cajas. El sonido del mar o de la luna, el piano. Acordes de un piano de madera, lleno de polvo, que he¬mos hallado en la buhardilla de alguna casa abandonada, repleto de telarañas y con casi un siglo a sus espaldas. El mar o la muerte. El piano. El amor personificado en las obras de Chopin. Nocturnos de balcones cálidos a la luz de las velas que nos consumen la vida. A lo lejos se escucha un piano que llora y canta: el poeta. Pido silencio para recordar.
Asà debe sonarnos la música. Palabras que fluyen y suenan en un mar de mariposas muertas, de nubes ennegrecidas, de letras y letras que muerden y agarran y matan. Alguien dijo que lo importante de la música no son las notas. Claro que no. Lo importante es lo que hay más allá de las notas. Más allá de la partitura, del pentagrama. Más allá de todo eso está el corazón, la música en sÃ. Encarnizadas luchas con la mente. Mefistofélicos rostros de la ruindad entristecida. Luchas a muerte, de ésas que asà se llaman, donde solamente ganas si estás vivo. Asà la música. El viento. Su sonido. Flautas y flautines agudos que suenan: el viento del invierno. Un bosque de fagotes que crecen con libertad al son del viento que los mece. Una lágrima que cae y no se vuelve a levantar. El tiempo que pasa, machacándolo todo. Temor a la música vacÃa es lo que siento, temor a la música que tan solo lleva notas. Temor a unos ojos que miran detrás de una cortina de humo. Que nadie hable. Como latidos de un corazón, tubas apasionadas, bum-bum; asà la música. Cerrar los ojos y volar. Volar y soñar que se vuela al creer que cerrando los ojos vamos a volar. Volar entre charcas y mares, entre iglesias muertas y calles vivas. VacÃo de gente, pero lleno de soledad. Asà la música. Como una redonda de cuatro tiempos sonando en el silencio de la noche otoñal. Un susurro. Un beso que se ahoga en cualquier cama. Un abrazo que perdimos hace tiempo. Asà la música. Asà el oÃrla. Sentir su fuerza aplastante. Esta noche moriremos, pero ¿quién morirá primero? Réquiem de un músico que olvida y mata. Como labios que jamás podremos besar. Asà la música. Silencio. Todo calla cuando acaba la sinfonÃa de nuestro entierro. Después los aplausos. La muerte de una persona que aplaude y clama. El principio del fin. Silencio. Punto y coma. El fin: la música. Callad y cerrad los ojos. El destino del músico es morir abrazado a su instrumento. Nada más.